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1. Carta abierta al dueño de la librería Sant Jordi

Carta abierta al dueño de la librería Sant Jordi - 16 de marzo de 2023

 

Con una mano en el pecho y la otra en el teclado escribo esta carta. Sí, es incómodo. Sí, es difícil. Pero, ¿de qué otra forma podría escribirla? Mi primera carta de confesión. Una rara y quizás innecesaria confesión. 

 

Una persona sabia diría: “todo es innecesario en esta vida, todo menos una buena confesión”. Esa persona tendría razón, probablemente; pero los sabios y yo nunca pensamos lo mismo: para mí todo es necesidad, siempre. 

 

Es la primera vez que escribo una confesión, así que probablemente cometa muchos errores ya que las confesiones siempre han estado fuera de mi parroquia. No es que no tenga cosas que ocultar, se trata más bien de que mis secretos no tienen interlocutor. 

Estimado, usted quizás no me recuerde, pero el 13 de marzo del 2023 fui a la Llibreria Sant Jordi por recomendación de nuestro amigo en común, Nicolás Auger. Nicolás, como buen anfitrión, me había recomendado su librería después de que yo le pidiera por WhatsApp el martes 7 de marzo a las 10:45: -Nico, el jueves voy a visitar tu tierra. ¿Tienes alguna recomendación?

 

A lo cual Nicolás respondió el domingo 12 a las 00:40: -Librerías, la mejor del mundo: Llibreria Sant Jordi, en la calle Ferrán. 

Ese mensaje estuvo acompañado de otras recomendaciones: papas fritas del Sultán, un lugar para desayunar y una calle para caminar.

 

-Si vas a Sant Jordi intenta hablar con el dueño de cualquier cosa que se te ocurra, vale la pena. Es amigo mío.

 

Su mensaje claramente había sido bien intencionado pero torpe. Nicolás no sabía que yo no puedo forzar conversaciones, que fingir espontaneidad me genera mucha ansiedad. Y aunque quisiera forzar el encuentro, ¿cómo saber quién es el dueño?. 

 

Además, nunca he podido manejar la responsabilidad de tener información que mi interlocutor no tenga. ¿En qué momento dejarla ir?. Tendría que haber entrado gritando como una loca, acaso?: -Bondia, Nico me ha enviado (!!!), Nico me ha enviado (!!!). La otra opción sería el silencio, pero en el vértigo de la discreción, cada segundo que pasaba parecía ya demasiado tarde para decir que Nico me había enviado. Mis opciones eran limitadas: ser una loca o ser una mentirosa. 

 

Decidí que no sería ninguna de las dos. Decidí que iría a Sant Jordi en la Calle Ferrán pero no hablaría con nadie.

 

¿Y por qué terminé hablándole entonces? Creo que la culpa la tiene el maestro y Margarita. Sabía que me esperaba un largo viaje en tren y hay ciertas necesidades que se anteponen a cualquier plan. 

 

¿Y por qué seguimos hablando? ¿Por qué? ¡No lo sé! Cada palabra que pronunciaba me llevaba al laberinto de la omisión de la información que irremediablemente desembocaba en mentira. Empecé a transpirar temiendo que llegue el momento que enturbiaría mis días: -Yo tengo un amigo que se fue al norte, Nico, se fue a estudiar comisariado de cine, dijo usted, mirándome directamente a los ojos.

 

¿Cómo manejar esas palabras yo? ¿Qué opciones tenía yo? ¿Confesar que Nico me había enviado pero que no había encontrado el momento oportuno para soltar la información antes? ¿Confesar que Nico me había dicho que intente hablar con usted? ¿Confesar que mi espontaneidad no era espontánea? Pero sí lo era, sí lo era porque mis planes de ser muda fueron puestos en crisis por nada más que por la pura espontaneidad. ¡Qué injusto todo!

Todo parecía llevarme directo al universo insostenible y nefasto de la mentira blanca. Entonces decidí romper de raíz con esta situación y mentí, mentí con la mentira menos blanca que se me vino a la cabeza: -No lo conozco.

2. Carta abierta a Delfina Bru

Carta abierta a Delfina Bru - 15 de abril de 2024

 

Delfina, ¿me podrías recordar cuándo fue la última vez que me contaste la historia de los cuadros perdidos, de Coronel Suárez, del dique, de la roca movediza, de tu gata y del antiguo Egipto?

 

Y tú me dirás que no está bien hacerle preguntas retóricas a las amigas cercanas. 

Y yo te diré que no es una pregunta retórica, que realmente no sé si lo recuerdas. 

 

Todas tus historias he escuchado atenta, todas. Pero de todas, mi favorita siempre ha sido la de la Pampa, la de Tandil.

 

Y tú me dirás que esa no es una historia…

 

Todas tus historias las recuerdo, todas. Pero he olvidado el cuándo. Sí, no recuerdo cuándo me las contaste. Es que han pasado muchos años y con el paso del tiempo, las historias que nos acompañan pierden su fecha y se vuelven eternas. 

 

Me olvidé de cuál vino primera y cuál vino segunda. Sí, tampoco sé cuál fue la tercera historia que me contaste. Incluso olvidé la última. 

 

De todas tus historias, mi favorita, la más eterna, la que siempre me ha hecho compañía,  ha sido la de la Pampa, la de Tandil.

 

Y tú me dirás que esa no es una historia… eso es una decisión.

 

Ciertamente ni la primera ni la última. Eso lo sabemos. Sería imposible. Todo eso pasó cuando ya teníamos algunos años conociéndonos. Cuando vivíamos en el mismo barrio y compartíamos el mismo kiosco en plena crisis de monedas en Buenos Aires—una época dura para las que somos malas en matemáticas. 

 

Qué mala onda que era el kioskero, che. 

 

Sí, era muy mala onda…

 

Pensábamos que éramos tristes y en realidad éramos tan felices, ¿no?. 

 

Ay, boluda…

 

Delfina, experta en piedras, lenguaje de señas, literatura e historia de los siglos antes de Cristo. Guardiana de perros, de gatos, de cartas y de caracoles heredados.

 

La historia de Tandil es como si fuera tu primera historia. Así la siento yo. Como si sólo a partir de ese momento te hubiera empezado a conocer. Como si desde ese momento todas las otras historias fueran consecuencia de esa decisión. Esa decisión a la que yo le llamo una historia, pero que es una decisión. 

Delfina en Tandil, 2013. 

3. Carta abierta a
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